19 sept 2020

Los famosos merecen tener vida privada

“Solo estoy haciendo mi trabajo”. Ésta es una frase en la que se amparan muchos periodistas, paparazis, cámaras o colaboradores para entrometerse en la intimidad de los personajes públicos e, incluso, llevar a cabo una persecución exhaustiva de la persona a todos los lugares en los que se mueva, además de remover cielo y tierra para recabar contactos que narren a cambio de unos cuantos euros las miserias más jugosas de la vida de esa persona.

No seré yo quien ahora vaya de digno, porque un salseo lo disfruto, pero creo que es importante establecer límites en el entretenimiento y considero que la ley tendría que ser más estricta con la privacidad e intimidad de cualquier ser humano que por mucho que sea cantante, actor, modelo o simplemente una persona anónima que inicia una relación con alguien popular, no hay derecho de airear con quién se acuesta, con quién se levanta, mostrar sus vacaciones en una playa o verlo llorar ante el ataúd de un ser querido.

Comprendo que las revistas y los programas del corazón viven de eso y también estoy a favor de que cualquiera, libremente, decida sentarse a contar su historia, a posar en una revista o a vender lo que le dé la gana de su vida privada. La suya. Pero no veo ni medio normal que cualquiera tenga derecho a sentarse a contar la vida de un tercero sin su autorización. Y que en consecuencia esto lleve a que haya una pandilla de reporteros y cámaras de televisión haciendo guardia en la puerta de la casa de una persona (casa que está saliendo delante de toda España y puede localizarse con facilidad dónde vive esa persona investigando un poco) y que en el momento que sale lo persiguen; vaya a comprar al supermercado, a cenar con un amigo o incluso a tirar la basura si es necesario… a mí me suena a acoso, no a trabajo. Hagamos el ejercicio de dejar la connotación “periodística” unos segundos de lado. Si escuchamos que una persona duerme en la puerta de otra y lo persigue a todas partes a donde se mueve nos parecería una historia de terror, una persona vigilando y siguiendo a otra desde que aterriza un avión en un aeropuerto hasta cuando sale a sacar al perro a hacer sus necesidades. Y haciéndole fotos mientras tanto. Una locura, ¿no? Pero aquí se supone que eso es periodismo y está permitido.

Cada vez más, aparecen casos de que ya no es tampoco un periodista quien logra este tipo de documentos sino que todos llevamos un teléfono móvil en el bolsillo y la gente graba y fotografía a los famosos allá donde se los encuentre. Esto mismo es fomentado por los programas del momento que ponen faldones durante toda la emisión pidiendo que cualquier espectador que tenga algún tipo de información de un famoso se ponga en contacto a través de WhatsApp. Y pienso que no debería consentirse.

Una persona no lleva en el sueldo el no poder irse de vacaciones con su familia, con sus amigos o con su pareja sin que quede expuesto en todas partes, o tener un mal día, una mala prenda de vestir o una discusión con alguien y que se utilice para humillarle públicamente, para mostrar su cuerpo sin su consentimiento o para mostrar aspectos de su intimidad que pertenecen exclusivamente a esa persona y a su entorno. Y no solo mostrarlo o contarlo sino que sacan una rentabilidad económica a costa de tu vida cuando tú has decidido no hacerlo. Es que no entiendo cómo puede existir el derecho de comerciar con la vida e imagen de otra persona sin su autorización.

Un cantante, un presentador de televisión, un futbolista o un actor (hombre o mujer, estoy hablando en general) no creo que deba renunciar a su privacidad a costa de su profesión, igual que no lo hace un panadero, un bombero o un abogado. Entiendo que la repercusión pública tiene la consecuencia de ser reconocido por la calle, que la gente se acerque a saludarte porque le haga ilusión verte y que ante acontecimientos reseñables de tu vida pues sí terminen conociéndose e, incluso, se utilice para dar una visibilidad a determinados asuntos relevantes, en positivo y en negativo. Pero hay límites. Una cosa es que se dé la noticia de que tu hijo ha fallecido y otra muy distinta que un cámara te fotografíe ante su tumba y se publique en portada, por ejemplo. O que años después de la muerte de alguien se remueva la vida de esa persona que ya no se pueda defender. O hacer insinuaciones sobre “el pasado oscuro” de tal persona. O simplemente que te apetezca besar a tu pareja por la calle, tomar el sol en topless en la playa, cenar con un amigo anónimo sin que lo pongan en el disparadero o insinúen que es tu nueva relación, pues como haría cualquier persona sin que el mundo tenga que ver esas imágenes en una revista o en un programa de televisión. No hay necesidad de hacer daño gratuito. No son cuestiones de interés público ni periodismo de investigación, es sensacionalismo puro y duro.

 Y a todo esto si no vamos más allá, porque de lo que cuentan la mitad de cosas son falsas. ¿Cómo se puede consentir que haya quien se sienta con el derecho de manchar tu imagen y tu vida públicamente, poniéndote contra las cuerdas y obligándote a dar una explicación para demostrar que aquello de lo que han decidido acusarte no es cierto? Ya que hay medios que más que a informar se dedican a desinformar. Y me diréis, pues que denuncien. Pero los procesos legales son largos, costosos, los medios están muy acostumbrados a ellos y conocen hasta dónde pueden llegar o cómo pueden protegerse, por ejemplo, a través de un “presuntamente” y, encima, si estas personas por otra parte también necesitan a la prensa de su lado para trabajar pues no se pueden querellar contra la mitad de medios de comunicación por cada barbaridad que decidan publicar.

Habrá quien no esté de acuerdo con lo que estoy poniendo y me dirá que toda la vida ha sido así, porque alguna vez que he hecho algún comentario en esta línea en redes sociales me he terminado viendo envuelto en alguna discusión al respecto, pero es que el que durante mucho tiempo haya sido así no quiere decir que haya que asumirlo como algo natural. Habrá que luchar por que los límites existan y por que la ley sea más estricta con la actuación de determinados medios. Igual que en su día era normal sacar en todas las portadas y programas de televisión a los hijos de famosos, e incluso criticarlos, hasta que salió una ley que lo prohibía y protegía a los menores, y a partir de entonces hubo que pixelar los rostros de los más pequeños y a día de hoy sería una auténtica locura pensar que no se les protegiese. Pero antes lo normal era exponerlos y los niños eran famosos desde antes de nacer.

Hay que decir que esto está mal y que no hay derecho al precio que pagan algunos famosos por serlo, y no hablo precisamente de una cuestión económica porque no todo se puede comprar. Y, repito, hay mucho de lo que hacen en este tipo de programas que me fascina, que defiendo como entretenimiento, que me llegaréis a ver comentándolos en algún momento y nunca pediré su cancelación porque son revolucionarios, transgresores e, incluso, incorrectos. Que también hay que serlo. Y hacen feliz a mucha gente, sobre todo a personas mayores que viven solas y son su única compañía. Pero hay ocasiones en las que verdaderamente me echo las manos a la cabeza cuando veo hasta dónde pueden llegar. Y hoy me apetecía compartir esta reflexión con vosotros y romper una lanza a favor de algo tan básico y personal como es el derecho a la intimidad y la privacidad de todos.

2 comentarios:

  1. Me encantan tus posts, sobre todo porque me hacen reflexionar. Estoy de acuerdo contigo. Creo que hay límites que no se pueden traspasar por el morbo. Deseando seguir leyéndote.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Muchas gracias! Me alegra mucho saber que te hace reflexionar lo que escribo.

      Eliminar